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Bicicleta Mobylette GAC Eibar años 65-72

Mobilette GAC: Mi primera Bici

La primera bicicleta que tuve, la Mobylette GAC de cadete como la que véis en la fotografía, estaba pintada de color azul y era la mejor bicicleta del mundo.

Llegó a cuenta de un regalo de Reyes Magos anticipado. Y no es que disfrutase de la bicicleta antes de la fecha exacta, 6 enero, sino que la había visto unos días antes y no me quedó más remedio que callar y esperar. Además, desconocíamos que existiese Papá Noel, por lo que todos permanecíamos muy fieles a nuestras tradiciones.
Callar porque acababa de descubrir el secreto de los Reyes Magos y aun siendo niño comprendí que no era el momento de desengañar a mis padres con lo bien que lo estaban haciendo, salvo esconder mejor la bicicleta.
Y esperar, porque de lo contrario me temía que el castigo consistiera en que la entrega de la bicicleta se alargaría más allá del día previsto. Y por muy niño que uno sea, desarrolla ya cierta idea de lo que es o no es conveniente hacer o decir. Mi idea fue no desvelar el secreto.
En definitiva, hice gala de una paciencia excepcional en un crío y el día señalado me hizo una ilusión tremenda, como si no la hubiese visto antes de hecho.

 

 

Una aventura

Desde el momento en que me subí en ella todo lo demás pasó a tener una relevancia secundaria. Era libre de ir donde quisiera y ya tenía todo lo necesario para la aventura: una mochila y una bicicleta (¿hace falta algo más?).
Los primeros días mi intención era recorrer el mundo sin una finalidad previa, pero lo cierto es que hacia el mediodía o hacia la puesta de sol, el hambre conseguía hacerme cambiar de opinión y, claro está, regresaba. Una cosa es la aventura y otra pasar hambre, por aquel entonces me resultó algo incompatible.
Casi de inmediato las bicicletas se convierten en un instrumento de socialización y de pertenencia a un grupo, lo cual propicia que las ansias de aventura en solitario vaya pasando pronto a un segundo plano.
Nuestro grupo se conformó como una indisoluble agrupación de salvajes descerebrados, pero pertenecer a él no era fácil; ya se sabe que las tribus infantiles son muy exigentes, la bicicleta era imprescindible, pero no suficiente. Se requería ser un poco bestia también, de lo contrario estabas naturalmente excluido. Y os confieso, lo de salvajes descerebrados, deja huella.

 

 

Con sus riesgos

Superior la sensación de experimentar la velocidad y comenzar a indagar sobre los resultados de frenazos, giros, derrapes y la prueba más genial de todas: lanzarte por la calle más larga con la mayor pendiente, que acababa justo en la plaza Mayor. La entrada resultaba triunfal.
Como triunfales eran las caídas. Sin mayores consecuencias más allá de fuertes arañazos, un poco de sangre, algo de escozor, varios golpes en la cabeza que no parecieron afectarnos mucho (aquí prefiero no extenderme). Y, finalmente, nada que no pudiese solucionarse en la fuente pública, para regresar a casa un poco decente y que el aspecto tuviese la apariencia más leve posible. Lo peor provenía de los desperfectos en la ropa, eso sí que no había manera de disimularlo por más explicaciones que te inventases.

 

 

La Mobylette GAC de la foto, otro regalo

Años increíbles aquellos, felices sin duda. Intensos recuerdos de infancia inseparables del protagonismo que alcanzó en mi existencia aquella bicicleta Mobylette GAC de cadete. Después hubo otras bicicletas, pero ya fueron otras, la de este relato fue La Primera.
Pasados 40 años desde entonces, quizás alguno más, esta Mobylette GAC que ilustra esta entrada llegó a mis manos como otro regalo. Y en esta ocasión con toda la sorpresa e ilusión que te proporcionan los regalos que no esperas. Dos veranos atrás nos visitó Julio Riera y su familia, un grande y gran amigo, transportaba esta bicicleta en la parte trasera de su coche. Cuando me acerqué a verla me impresionó el magnífico estado en que se encontraba, a la vez que, sin proponérmelo, comencé a contar a Julio que era exactamente igual a la que yo tuve de pequeño, con la diferencia del color. Unos minutos después me dijo: «Es tuya, es para ti». No podía creérmelo, si bien puedo afirmar que sentí mayor ilusión todavía que cuando era niño.

 

 

Desde la Mili

Conocí a su único dueño también a través de Julio, y hablé con él de muchas cosas, pero sobre todo de la bicicleta y de cómo había podido conservarla en este estado original durante tanto tiempo. Y es que, Javier G. Mendoza, ese es su nombre, había guardado la bicicleta en un altillo cuando se marchó a prestar el Servicio Militar Obligatorio (N. de A.- Para los más jóvenes: os doy mi palabra de que existió LA MILI, todavía quedan bastantes testigos presenciales que pueden corroborar lo que escribo, en caso de que no os lo creáis)…hasta que llegó a mí.
Y aquí está, haciendo las veces e incluso mejorando los recuerdos de aquella que ha servido de hilo conductor hoy. Mejorando, porque la mía acabó destrozada; y esta que véis es como una impecable reencarnación de bicicleta.
Cabe preguntarse en este caso y en otros muchos que nos suceden a lo largo de la vida:
¿Son casualidades o todo de alguna manera que se nos escapa está interrelacionado, soterrado de una finalidad y un significado que apenas intuimos?

Gracias Julio, gracias Javier.

 

Paco  Pavón

Te recomiendo mi novela «A hostias con la Vida»  un relato conmovedor de amor incondicional, dolor inenarrable, y una búsqueda incansable por la identidad. Ambientada en el Madrid de la movida de los años 80, nos cuenta las vidas entrelazadas de Antonio Leal, un locutor de radio cuya voz encantadora oculta sus luchas internas, Román, un agente secreto cuya aparición en la vida de Antonio desencadena una serie de eventos que transformarán su existencia para siempre, y Kika, una mujer excepcionalmente libre en cuya existencia solo existe un apego indestructible, su hermano Tony.

A hostias con la vida, una historia de amor y muerte en el madrid de los años 80 . Autor Paco Pavón

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